jueves, 14 de octubre de 2021

OLOR A MAMÁ


Era una noche oscura y tenebrosa. El viento soplaba con tal fuerza que

doblaba la copa de los árboles. Hacía tanto frío que solo los fantasmas
rondaban por la calle.
La casa estaba en silencio, pues casi todos dormían. Alejados de mi-
radas curiosas, aquella noche nacieron Bigotis y sus seis hermanos.
Lo hicieron en el hueco que había entre el cielo raso y el tejado. Por
suerte para ellos, solo su madre se enteró de que los pequeños ratones
habían nacido.
Con paciencia y cariño, la madre los limpió uno por uno. Mientras,
les contaba un cuento que ella misma se había inventado. Lo hacía a
media voz, suave como una caricia. Prolongaba las letras de algunas
palabras, remarcaba otras y hacía silencios cuando tocaba.
La madre no dejaba de mirar a sus crías. Observaba sus dedos, sus
uñas, los pliegues de su piel… «¡Qué guapos!», decía con orgullo.
Los recién nacidos parecían exactamente iguales. Tenían el mismo ta-
maño, el mismo color, la misma forma… Sin embargo, al llegar el turno
de Bigotis, la madre pensó: «Este no es como los demás. Es diferente
a sus hermanos». No atinaba a comprender en qué se diferenciaba de
los otros, pero algo la advertía de que aquel era un ratón especial.

En efecto, con el pasar de los días, resultaba que Bigotis era un caso
aparte. Pronto dio muestras de ser muy espabilado. Antes de abrir los
ojos, aprendió a reconocer a su madre por el olor, por el ruido que ha-
cían sus patas al rozar la madera del suelo. Poco le costó comprender
que pegado a su barriga el frío desaparecía, entonces se acurrucaba
todo cuanto podía.
Cada noche, su madre cobijaba a sus pequeños entre sus patas y les
contaba un cuento. Las crías no tardaban en dormirse. Todas menos
Bigotis. Él permanecía atento a cada una de sus palabras. Las frases
entonadas por su madre tenían el poder de hacer que se sintiera pro-
tegido y amado. Entonces aspiraba hondo, para llenar sus pulmones
con el olor a mamá.
Con el correr de los días, los ratones abrieron los ojos y echaron a an-
dar. Entonces comenzaron a explorar el mundo que les rodeaba. Lo
hacían con recelo, temblorosos. El menor ruido los asustaba. Solo se
sentían a salvo cuando se cobijaban entre las patas de su madre. Todos,
menos Bigotis. Él parecía hecho de otra pasta. Le gustaba ir a su aire.
Se comportaba como si fuera el mayor, cuando en realidad había sido
el último en nacer. Husmeaba por aquí y por allá, olfateaba lo que veía
por primera vez. Su curiosidad no tenía límites y su coraje tampoco.
Era un valiente aventurero que desconocía el sabor del miedo.
 
Ricardo Alcántara, Olor a mamá. Ed. Algar. 

 

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